lunes, 10 de mayo de 2010

Edipo y Marcel

Pontificia Universidad Católica de Chile
Literatura Universal II
Profesores: Danilo Santos
Macarena Areco
Ayudante: Jorge Manzi
2 de Septiembre de 2009
Francisca Feuerhake




El Complejo de Edipo en el “episodio del beso” de la obra Por el Camino de Swann de Marcel Proust

Era el año 1913 y en París, un excéntrico y conocido hombre publicaba la primera parte de su propia obra, la cual se convertiría en una de las más extensas, aclamadas y odiadas por el público lector: En busca del tiempo perdido. Con alrededor de tres mil páginas, en esta obra dividida en siete tomos, Marcel Proust iba a intentar describir de la manera más minuciosa y exacta posible todos los grandes asuntos de la humanidad, siguiendo siempre una línea temática: el tiempo. Dejando plasmada en la novela la expresión de la conciencia histórica del narrador, el autor de Por el camino de Swann, (el primero de los tomos), genera una novedad en la literatura de la época: el narrador, a medida que la novela avanza, va dándose cuenta de diversos asuntos, que tienen que ver con realidades que encuentra tanto en su interior como en el exterior. Esta actualización con respecto a sí mismo que constantemente experimenta el narrador, es clave para comenzar a pensar en el concepto de conciencia.
Ya en 1905, Sigmund Freud había publicado sus Tres ensayos sobre una teoría sexual, en donde sentaba las bases para todo lo que en el futuro iba a ser el psicoanálisis, que dará fundamental importancia al mundo del inconciente. Es del mismo Freud y de sus definiciones y observaciones acerca de lo que él llamo “Complejo de Edipo”, de quien se afirmarán las hipótesis planteadas en este ensayo, y la coexistencia de Freud y Proust será clave para la interpretación de “la escena del beso”: el concepto de inconciente estaba presente en la época, era un conocimiento nuevo, y no podía pasar desapercibido, menos aún para los intelectuales.
Ya al comienzo de Por el camino de Swann, el lector se encuentra con un narrador protagonista, aparentemente adulto, que explica de manera muy detallada sus diversos pensamientos, para luego embarcarse en una remembranza de sus días de infancia y todo lo que a él como niño le había sido relevante. Uno de esos recuerdos se situaba al momento en que debía ir a acostarse, terrible, excepto por una cosa que lo hacía obedecer tranquilo: un beso que su madre le daría cuando ya estuviera en cama. Hasta ahora, Freud parece no tener mucho que decir, cuando simplemente se presenta a un niño queriendo un beso de consuelo por tener que dormir obligatoriamente: “Al subir a acostarme, mi único consuelo era que mamá habría de venir a darme un beso cuando ya estuviera yo en la cama.” (Proust 23)
Sin embargo, a medida que la novela avanza, el lector va percatándose de que esa aparente “ocurrencia” del niño al querer que su madre fuera a despedirlo con un beso, va transformándose en una meta y en un tema fundamental para él, tanto así que en bastantes páginas del libro, el narrador transmite todas sus frustraciones, sus deseos, sus angustias y esperanzas que deposita en el beso de su madre.
Freud, en sus primeros tratados, menciona un fenómeno mental que será totalmente fundamental y necesario para entender al hombre desde una perspectiva moderna: el “Complejo de Edipo”, que más que una teoría psicológica, es un aspecto organizador del hombre: durante toda su vida, se verá enredado o inserto en él.
Pero para hablar de este complejo es clave tener al menos una noción de qué es, y qué mejor que acudir a las palabras del mismo psicoanalista: “El complejo de Edipo del varoncito, dentro del cual anhela a su madre y querría eliminar a su padre como rival, se desarrolla desde luego a partir de la fase de su sexualidad fálica.”(Freud, 120)
En las palabras recién citadas, Freud hace una separación entre el complejo de Edipo del niño y de la niña: el varón va a tener sentimientos de amor hacia su madre, y la niña hacia su padre. Evidentemente en esta oportunidad se estará profundizando en el complejo desde el punto de vista del niño.
A pesar de que Freud hable de “anhelo” y “eliminación”, el complejo de Edipo no consiste simplemente en las ganas de intimar con la madre y matar al padre, es un asunto mucho más complejo y profundo, y también se da en otros niveles y contextos: con amigos, con hermanos, etc. “La mente se va formando y estructurando, el desarrollo psicosexual es un aspecto del aparato mental que al ir evolucionando va provocando cambios colaterales. El Edipo tiene que ver con el proceso de identificación, el Yo se va constituyendo con el modelo que le ofrece el objeto –esto es lo que Freud llama identificación-; la identidad sexual va a depender de cómo evoluciona y se resuelve; la formación del Superyó está íntimamente ligada a él, como también los sentimientos de culpa y desarrollo intelectual.”(Prat, 42)
La relación que mantiene la escena del beso con lo descrito por Freud, hasta el momento, sólo coincide con el anhelo a la madre, pero más adelante en la novela aparece el padre, quien no está de acuerdo con este beso de las buenas noches:

“Muchas veces, cuando ya me había dado un beso e iba a abrir la puerta para marcharse, quería llamarla, decirle que me diera otro beso, pero ya sabía que pondría cara de enfado, porque aquella concesión que mamá hacía a mi tristeza e inquietud subiendo a darme un beso, trayéndome aquel beso de paz, molestaba a mi padre, a quien parecían absurdos estos ritos.” (Proust, 24)

Al padre del narrador le parecen “absurdos estos ritos” no por celos, ni por maldad, sino porque ha asumido una labor de padre y de símbolo de masculinidad, fuerza y razón necesaria para su hijo, actitudes que se contraponen a esta sensibilidad y necesidad de cariño de la madre, que relaciona con lo propiamente femenino.

“Así que ya me estaba prometiendo para cuando, estando todos en el comedor, empezaran a cenar ellos y sintiera yo que se acercaba la hora, sacar por anticipado de aquel beso, que habría de ser tan corto y furtivo, todo lo que yo únicamente podía sacar de él: escoger con la mirada el sitio de la mejilla que iba a besar (…) Pero aquí que, antes de que llamaran a cenar, mi abuelo tuvo la ferocidad inconsciente de decir: ‘Parece que el niño está cansado, debía subir a acostarse, porque además, esta noche cenamos tarde’. Y mi padre, que no guardaba con la misma escrupulosidad que mi abuela y mi madre el respeto a la fe jurada, dijo: ‘Si, anda, ve a acostarte’. Fui a besar a mamá, y en aquel momento sonó la campana para la cena. ‘No, no, deja a tu madre, bastante os habéis dicho adiós ya; esas manifestaciones son ridículas. Anda, sube’ ” (40- 42)

Es así como el padre se transforma en un obstáculo a la realización de los deseos del niño hacia su madre, pero en cuanto padre no es odiado por el hijo: no necesariamente el padre debe ser malvado, maltratador y aterrador para que el niño quiera eliminarlo, sólo basta con ser el hombre de su madre, ya que el niño capta que el amor que le tiene a el no es del mismo tipo que el que le tiene a su padre. Se podría pensar entonces, que la actitud del padre al no permitir este beso, sin querer se transforma en un ingrediente más que iría a constituir los celos del niño. Con esta actitud el padre inadvertidamente ayuda a que el niño pueda ir progresivamente separándose de la madre, y aprendiendo a tolerar la exclusión y la frustración.
Debe entenderse el complejo de Edipo de Freud en un sentido simbólico: no sólo es el padre la competencia del niño, sino todos los terceros que comparten con él a su made: en el caso de la escena a analizar, los invitados a comer serían otros padres.

“Yo no quitaba la vista de encima a mi madre; sabía bien que cuando estuviéramos a la mesa no me dejarían quedarme mientras durara toda la comida, y que para no contrariar a mi padre, mamá no me permitiría que le diera más de un beso delante de la gente, como si fuera en mi cuarto.” (Proust, 40)

No deja de llamar la atención que este beso no es simplemente un beso de buenas noches, sino mucho más que eso: nuestro protagonista está fuertemente necesitado de su madre, requiere continuar vinculándose estrechamente con ella, quiere retenerla, hacerla propia, sabe que ella se enojará con él, porque no quiere convertirse en propiedad de su hijo, pero eso no lo detiene y planea escribir una pequeña carta en la que le ruega que suba para hablarle de un asunto urgente que no puede decírselo en la carta. La manda con la cocinera que estaba a su cargo, Francisca, y así podrá conseguir su anhelado beso:

“¡Cuánto queremos- como en ese momento quería yo a Francisca- al intermediario bien intencionado que con una palabra nos convierte en soportable, humana y casi propicia la fiesta inconcebible e infernal en cuyas profundidades nos imaginábamos que había torbellinos enemigos, deliciosos y perversos, que alejaban a la amada de nosotros, que le inspiraban la risa hacia nuestra persona.”(Proust, 45)

Para terminar, se puede decir que Proust crea una imagen muy clara de lo que son los sentimientos de exclusión y los celos, íntimamente relacionados con el complejo de Edipo, el cual es doloroso pero a la vez necesario, ya que permite que las personas, a medida que se dan cuenta de que no tienen un vínculo exclusivo con la madre, sean capaces de tolerar la exclusión más adelante. La genialidad de Proust radica en recordar y rescatar con una vivacidad impresionante, esos momentos de la infancia del lector que generalmente están sepultados en el olvido, pero que son muy trascendentes en la estructuración de su mente.





Bibliografía:
Freud, Sigmund. 1932-36. Obras completas. Volumen 22 .Buenos Aires: Amorrortu editores.
Proust, Marcel. 1982. Por el camino de Swann (I). España: Ediciones Orbis, S.A y Editorial Origen, S.A.
Prat, Trinidad. 1989. Revista Chilena de Psicoanálisis. El complejo de Edipo, a 50 años de la muerte de Freud.

No hay comentarios:

Publicar un comentario