lunes, 10 de mayo de 2010

La Ultima Niebla

Francisca Feuerhake L.
Pontificia Universidad Católica de Chile
Licenciatura en Letras Hispánicas
Taller Introducción a la Literatura
Profesora Consuelo Vargas
24 de Abril de 2009



El carácter evolutivo del personaje principal en “La última niebla” de María Luisa Bombal.

María Luisa Bombal nació en 1910, en Viña del Mar, y fue hija de Martín Bombal Videla y Blanca Anthes Precht.
Inició sus estudios en el colegio de las Monjas Francesas, pero tras la muerte de su padre, debe continuar sus estudios escolares en Paris. Posteriormente ingresa a estudiar Licenciatura en Letras y Filosofía en La Sorbonne. En 1935 publica La última niebla, obra cúspide en su carrera de escritora junto con La Amortajada.
La última niebla es una obra de corta extensión, escrita en primera persona, en la que la narradora (personaje principal) se encuentra presa de un sentimiento de desdicha y depresión ahogante, y es una fantasía que se mezcla con los sueños y la realidad, la que podrá salvarla de este estado de casi muerte en el que se encuentra. La fantasía de encontrarse con un hombre que la haga sentir verdaderamente y la mire y ame a ella nada más, la posiciona en la más alta de las alegrías, y allí es invulnerable, y pareciera que el mundo se detuviera.
La actitud depresiva de esta mujer, se mantiene presente a lo largo de todo el relato, pero cabe percatarse de que esta depresión del principio, a medida que la narración avanza, va mutando en diferentes sentimientos, pudiendo hablar ya hacia el final del libro, de una obsesión febril, de un amor enfermizo, de una locura desenfrenada.
En el primer capítulo, se presenta a esta mujer desganada, con un marido que pareciera no considerarla mucho dentro de su vida, o al menos no como a su mujer anterior, quien ha muerto. La desmotivación en este matrimonio es evidente en el siguiente diálogo:
—“¿Qué te pasa? —le pregunto.
—Te miro —me contesta—. Te miro y pienso que te conozco demasiado...
(…) —Hasta los ocho años, nos bañaron a un tiempo en la misma bañadera.
Luego, verano tras verano, ocultos de bruces en la maleza, Felipe y yo te hemos acechado y visto zambullirse en el río a todas las muchachas de la familia. No necesito ni siquiera desnudarte. De ti conozco hasta la cicatriz de tu operación de apendicitis (…)
Pasamos a una segunda habitación más fría aún que la primera.
Comemos sin hablar.
—¿Te aburres? —interroga de improviso mi marido.
—Estoy extenuada —contesto.
Apoyados los codos en la mesa, me mira fijamente largo rato y
vuelve a interrogarme:
—¿Para qué nos casamos?
—Por casarnos —respondo.” (p. 3-4)

Hasta aquí, sólo ha quedado explícita la falta de ánimo en este matrimonio, radicada en el hecho de que la pareja se conoce mucho, posiblemente por el hecho de ser primos y haber crecido juntos. Más adelante en la narración, la actitud de la protagonista cambia en cuanto descubre que Regina, mujer de Felipe, hermano de Daniel, su marido, mantiene relaciones con un amante. En vez de provocarle indignación y querer ir a contarle a su marido, su reacción es más bien la de una mujer completamente sola y completamente viva: siente envidia, siente un ardor que quema en sus venas al ver cómo esta relación se desarrolla de manera tan sensual y secreta en la presencia de ella, Daniel y Felipe. “Regina vuelve a cruzar el salón para sentarse nuevamente junto al piano. Al pasar sonríe a su amante, que envuelve en deseo cada uno de sus pasos. Parece que me hubieran vertido fuego dentro de las venas. Salgo al jardín, huyo. (…)¡Oh, echar los brazos alrededor de un cuerpo ardiente y rodar con él, enlazada, por una pendiente sin fin...! Me siento desfallecer y en vano sacudo la cabeza para disipar el sopor que se apodera de mí.” (p. 6)
Es precisamente este hecho el que despierta en ella una pasión furiosa y unas ganas desgarrantes de tener ese “privilegio” que tiene Regina, de tener a un hombre que, a diferencia de su marido, sea para ella sola, y la quiera y la desee a ella tal cual es, y no trate de transformarla constantemente en otra mujer: “Mi cuerpo y mis besos no pudieron hacerlo temblar, pero lo hicieron, como antes, pensar en otro cuerpo y en otros labios. Como hace años, lo volví a ver tratando furiosamente de acariciar y desear mi carne y encontrando siempre el recuerdo de la muerta entre él y yo.” (p. 18)
La depresión en la protagonista sigue agravándose, pero sin duda el episodio de los amantes hizo que algo en su corazón cambiara, o, al menos, que su desgano se agudizara: “Mi dolor de estos últimos días, ese dolor lancinante como una quemadura, se ha convertido en una dulce tristeza que me trae a los labios una sonrisa cansada. Cuando me levanto, debo apoyarme en mi marido. No sé por qué me siento tan débil y no sé por qué no puedo dejar de sonreír.” (p. 9). No obstante esta sensación de debilidad, rutina y quietud es real, cambiará rotundamente cuando una noche, la desdichada descubra (sin saber si es verdad, o si en realidad es un sueño), la existencia de un hombre, de su hombre, que la hará volverse loca, no sabe si de amor o de felicidad:“Un hombre está frente a mí, muy cerca de mí. Es joven; unos ojos muy claros en un rostro moreno y una de sus cejas levemente arqueada, prestan a su cara un aspecto casi sobrenatural. De él se desprende un vago pero envolvente calor.
Y es rápido, violento, definitivo. Comprendo que lo esperaba y que le voy a seguir como sea, donde sea. Le echo los brazos al cuello y él entonces me besa, sin que por entre sus pestañas las pupilas luminosas cesen de mirarme.” (p.10) Por fin, gracias al amante, esta mujer puede sentirse querida y deseada por lo que ella es: “Anudo mis brazos tras la nuca, trenzo y destrenzo las piernas y cada gesto me trae consigo un placer intenso y completo, como si, por fin, tuvieran una razón de ser mis brazos y mi cuello y mis piernas. ¡Aunque este goce fuera la única finalidad del amor, me sentiría ya bien recompensada!” (p.11)
El encuentro con su amante, aunque haya sido solo en una oportunidad (aunque pueda haber sido imaginario, ilusorio) la hace tener un giro en cuanto a la apreciación que tiene de sí misma, y al saber que alguien la desea, se considera deseable. Incluso, el cuerpo y la juventud dejan de ser prioridades, pues ya no tiene que mantenerse joven para mantener a su marido, Daniel, complacido en su fantasía de que aún se acuesta con su señora anterior, a quien recuerda joven y esbelta. Ahora la protagonista de esta historia es dueña de su cuerpo y quiere compartirlo con su amante, y que sea él quien lo conozca a la perfección, y que sea él quien tenga el privilegio de verlo envejecer:
Pasan los años. Me miro al espejo y me veo, definitivamente marcadas bajo los ojos, esas pequeñas arrugas que sólo me afluían, antes, al reír. Mi seno está perdiendo su redondez y consistencia de fruto verde. La carne se me apega a los huesos y ya no parezco delgada, sino
angulosa. Pero, ¡qué importa! ¡Qué importa que mi cuerpo se marchite, si conoció el amor! Y qué importa que los años pasen, todos iguales. Yo tuve una hermosa aventura, una vez...” (p. 13)
Ya es invulnerable a las indiferencias de Daniel, ya no le teme a la vejez, ya no le teme a la muerte, ya nada puede hacerle mucho daño, porque “ya conoció el amor.”
El descubrimiento de este amante ha despertado en la antes deprimida mujer, sentimientos eufóricos y razones (que podrían a veces sonar absurdas) para seguir viviendo, y seguir soportando esta vida: “Hay mañanas en que me invade una absurda alegría. Tengo el presentimiento de que una felicidad muy grande va a caer sobre mí en el espacio de veinticuatro horas. Me paso el día en una especie de exaltación. Espero. ¿Una carta, un acontecimiento imprevisto? No sé, a la verdad.” (p.13) “A menudo, cuando todos duermen, me incorporo en el lecho y escucho. Calla súbitamente el canto de las ranas. Allá muy lejos, del corazón de la noche, oigo venir unos pasos. Los oigo aproximarse lentamente, los oigo apretar el musgo, remover las hojas secas, quebrar las ramas que le entorpecen el camino. Son los pasos de mi amante. Es la hora en que él viene a mí.” (p.17).
A partir de un episodio en particular (que no vale la pena explicarlo ahora dada la extensión máxima requerida en el informe), la mujer toma conciencia de que este amante puede no ser más que fruto de su imaginación, de su fuerte anhelo: Tal vez hubo una leve premeditación de mi parte. ¡Oh, alguien que en estos largos días de verano lograra aliviar mi tedio!” (p.18)
“Esta duda que mi marido me ha infiltrado; esta duda absurda y ¡tan grande! Vivo como con una quemadura dentro del pecho. Daniel tiene razón. Aquella noche bebí mucho, sin darme cuenta, yo que nunca bebo... Pero en el corazón de la ciudad esa plaza que yo no conocía y que existe... ¿Pude haberla concebido sólo en sueños?” (p.21) La duda se apodera la protagonista y, al no admitir darse una explicación que termine con su amorío, recurre a distintos argumentos que podrían demostrarle a ella misma que efectivamente, tuvo un amante. Piensa en un sombrero de paja que ella habría olvidado en la cabaña donde pasó aquella noche con su hombre, y busca al joven que, junto a ella, vio al amante desde el estanque. Todo es en vano y aún no puede llegar a una conclusión final y verdadera. Vemos entonces como es que ella vuelve a un estado similar al del comienzo, desganado, plano, vacío de todo sentimiento arrollador, apasionado, pero a la vez, contradictorio, ya que toda su vida, a pesar de encontrarse, por así decirlo, detenida, está ahora llena de sentimientos por todos lados: “Durante el día no lloro. No puedo llorar. Escalofríos me empuñan de golpe, a cada segundo, para traspasarme de pies a cabeza con la rapidez de un relámpago. Tengo la sensación de vivir estremecida. ¡Si pudiera enfermarme de verdad! Con todas mis fuerzas anhelo que una fiebre o algún dolor muy fuerte venga a interponerse algunos días entre mi duda y yo. Y me dije: si olvidara, si olvidara todo; mi aventura, mi amor, mi tormento. Si me resignara a vivir como antes de mi viaje a la ciudad, tal vez recobraría la paz...” (p. 23) “¡Ah! ¡Cómo hacen para olvidar las mujeres que han roto con un amante largo tiempo querido e incorporado a la trama ardiente de sus vidas! Mi amor estaba allí, agazapado detrás de las cosas; todo a mi alrededor estaba saturado de mi sentimiento, todo me hacía tropezar contra un recuerdo.” (p.23)
Una sensación de obsesión comienza a invadirse del personaje y ella lo reconoce; tiene plena conciencia de ello. “La sola idea del dolor por venir me aprieta el corazón. Y junto mis fuerzas para resistir su embestida, pero el dolor llega, y me muerde, y entonces grito, grito despacio para que nadie oiga. Soy una enferma avergonzada de su mal. ¡Oh, no! ¡Yo no puedo olvidar! Y si llegara a olvidar, ¿cómo haría entonces para vivir? Bien sé ahora que los seres, las cosas, los días, no me son soportables sino vistos a través del estado de vida que me crea mi pasión. Mi amante es para mí más que un amor, es mi razón de ser, mi ayer, mi hoy, mi mañana. (p.24)
Ha quedado demostrado entonces, por medio de citas, que el carácter principal de esta obra literaria, una mujer con una vida personal absolutamente frustrada, que comparte toda su intimidad con un hombre incapaz de olvidarse de su mujer ya muerta, evoluciona en cuanto a su personalidad. En este informe se ha hecho explícita una serie de cambios profundos que se produjeron en esta mujer; cambios significativos que Daniel, su marido, indolente, ensimismado, incapaz de contactarse emocionalmente con ella, no pudo detectar.

Bibliografía:
Bombal, María Luisa. La última niebla. Formato pdf.
www.letrasdechile.cl/mambo/images/maria_luisa_bombal.pdf

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