lunes, 10 de mayo de 2010

Síntesis Morin

Pontificia Universidad Católica de Chile
Teoría Literaria II
Wolfgang Bongers/Javiera Lorenzini
4 de Mayo de 2010
Francisca Feuerhake
Síntesis de “La industria cultural” de Edgar Morin
El siglo XX es el momento en el que el poder industrial experimenta una expansión y apogeo bastante importantes en la historia de la humanidad, y seguido a la industria del trabajo, nace la industria cultural o, como Morin la llama, “una segunda industrialización” (Morin, 23), que se dirige directamente al hombre, a su alma, a sus sueños. Si se examina a esta “industrialización del espíritu” (23), se podrá ver que, para que pueda existir el concepto industria cultural, deben de existir invenciones técnicas concretas; es decir, para que exista una película, debe estar presente la idea del autor, y a la vez, un cinematógrafo que sirva para actualizar aquella idea en una película. Para que existan estas invenciones técnicas, es absolutamente necesario el beneficio capitalista “Sin el impulso prodigioso del espíritu capitalista, estas invenciones no hubieran conocido un desarrollo tan radical y masivamente orientado.” (24) Para una producción artística hay un proceso determinado, en el cual participan dos sistemas que muchas veces son vistos como opuestos: el estatal y el privado. El sistema estatal se preocupa de la censura o la oportunidad política de la idea creadora, y del máximo consumo, impulsado por intereses ideológicos o políticos. El sistema privado se preocupa de la eventual rentabilidad de la idea, es decir, del máximo beneficio, que es motor de la búsqueda del máximo consumo. Luego la idea creativa es dejada en manos de los técnicos, que la manipularán a su modo. Es así entonces, como esta idea, este “poder cultural”, queda sujeto, por un lado, del poder burocrático (los sistemas estatal y privado), y del poder técnico. Sin embargo, aunque la industria cultural exija esta determinación técnico-burocrática, el mismo consumo cultural exige siempre un producto individualizado: al consumidor de detergentes no le importa usar el mismo detergente todos los días; de hecho, le acomoda, pero el consumidor de películas y obras de teatro no estará nunca dispuesto a que todas las noches se repita la misma historia ante sus ojos. Esta individualización de la industria cultural, no obstante, siempre debe partir de ciertos estándares, esto quiere decir que, en el caso el consumidor de películas, éste puede ver dos distintas, que tengan personajes distintos y diferentes acontecimientos, pero que ambas posean la misma estructura que da como resultado un final feliz, es decir, son películas con los mismos estándares. Se crean así dos duplas contradictorias, que permiten el funcionamiento de la industria cultural: burocracia-invención y estándar-individualidad. La burocracia es contraria a la invención porque la primera es un sistema que opera siempre igual, con ciertas reglas y normas que lo hacen ser un sistema, y la invención no está sujeta a reglas, sino a la imaginación y creatividad del artista; el estándar es contrario a la individualidad en cuanto el primero exige un ordenamiento fijo y un molde predeterminado, mientras que la individualidad vive intentando escapar de cualquier tipo de predeterminación. ¿Cómo puede ser posible entonces que la cultura esté sujeta a la organización burocrática-industrial, si son tan contrarias entre sí? Eso es porque “toda cultura está constituida por patrones –modelos, que ordenan los sueños y actitudes.” (30) Por ejemplo, el mito de Edipo, se encuentra en la mente de todo ser humano, traduciéndose en el sentimiento de celos, de exclusión, etc. Estos poderes culturales sujetos a los componentes de la industria son creaciones industrializadas que, como las antiguas artes, son colectivas, (en una película participa muchísima gente, al igual que en la creación de un Cantar de Gesta), pero con una división industrial del trabajo, por lo tanto, en la producción de la película habrá un guionista, un escenógrafo, un productor, un director, una maquilladora, etc. Sin embargo, ni la separación del trabajo, ni la estandarización anteriormente mencionada, puede impedir que una obra se individualice, y un elemento individualizador es la presencia de una “vedette”, es decir, una estrella, un personaje que destaque en la película, pero muchas veces “mientras más aumenta la individualidad de la vedette, más disminuye la del autor, y viceversa. Frecuentemente, la vedette triunfa sobre el autor.” (40) Y efectivamente, es así como actualmente muchas personas hablan de “la nueva película de Di Caprio” en vez de “la nueva película de Scorsese.” Con respecto al autor, la industria cultural se encarga de ensalzarlo sólo en cuanto obedezca a los estándares: “El rewriter pone anónimamente en estilo las aventuras de Margaret en France-Dimanche. (…) El realizador descuida los escenarios que desprecia (…)” (41), y logra entonces corromper la relación del autor con su obra, obligándolo a decir “esta obra no es mía, ha sido mutilada, yo no hice esto.” Lamentablemente, lo que hace es quitarle al autor la posibilidad de identificarse con su obra, que no es otra cosa que quitarle su mayor satisfacción. La industria cultural, como fue mencionado anteriormente, tiende al consumo máximo, motorizado por el beneficio: las revistas, las películas, los diarios, la música, “se dirigen a todos y a cada uno (…), al público mundial.” (42), y ésta búsqueda del máximo consumo, de este público universal, implica dos procesos antitéticos pero que se necesitan entre sí: sincretización y homogeneización. El sincretismo en el cine puede ejemplificarse en que, en una película de aventuras puede haber sexo, suspenso y humor; y tres características pueden seguir combinándose entre sí. La homogeneidad tiene que ver con que todos esos géneros que se encuentran en la película, están dentro de un lenguaje que es el mismo siempre, dentro del cine. Por más distintos que sean los temas que se abordan en una producción cultural, debe haber algo que los una y que gracias a ese algo, pueda llegar a todos: “La variedad de un diario, o un fil o un programa de radio buscan satisfacer todos los gustos e intereses, de modo de obtener el consumo máximo. Esta variedad es al mismo tiempo una variedad sistematizada, homogeneizada según las normas comunes.” (44). No sólo las diferencias de edad son las que dificultan el consumo máximo aspirado por la industria cultural, sino también las sociales. No le bastó al mundo campesino aprender a leer y educarse básicamente, para llegar a interesarse en las humanidades: éstas seguían siendo de principal consumo burgués, sin embargo, el cine sí fue capaz de reunir a espectadores de todas las clases sociales, y es así como las fronteras sociales tienden a desaparecer bastante en el terreno de los medios de comunicación masivos, es decir, un obrero podrá haber visto el mismo programa de televisión que su patrón: “Se puede adelantar que la cultura industrial es el único gran terreno de comunicación entre las clases sociales.” (54) Como conclusión, Morin expresa su aversión por la industria cultural, afirmando que ésta “desarrolla una amplia corriente cultural media, donde se atrofian los planteos más inventivos, pero se refinan los estándares más groseros.” (65) En los tiempos del reinado de esta industria del espíritu, pareciera que es muy difícil rebelarse: Dalí podría haber pensado desafiar a la industria cultural, pintando un cuadro completamente irreverente y ofensivo, pero ésta, sin lugar a dudas, hubiera comenzado a venderlo, introduciendo al artista dentro de su sistema.
Bibliografía:
Morin, Edgar; Adorno, Theodor W. La industria cultural (1967) Buenos Aires: Galerna.

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